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Ali Smith y las hermanas de todas las épocas

Otoño es la primera novela de la tetralogía estacional con la que la escocesa traza un collage feminista, donde la caída de un hoja no es tanto el destino sino el comienzo de algo. MIRA.

Por: Beatriz García Guirado


“Soy un desnudo inteligente.

Un cuerpo intelectual.

Una inteligencia corporal.

El arte está lleno de desnudos y soy un desnudo voluntario y pensante.

Soy la artista como desnudo.

Soy el desnudo como artista”.


Ali Smith descubrió a Pauline Boty a través de la televisión. Era el año 2008. Otoño.


Estaba hospedada en un hotel en Jersey, matando el tiempo con la televisión encendida, cuando la BBC 4 emitió un antiguo episodio del celebérrimo programa de Monitor dirigido por Ken Russell donde se presentaba a cuatro artistas. Uno de ellos era ELLA.


Pauline Boty, la madrina del pop art británico.


Smith saltó de la cama. ¿En serio? ¿Existió de verdad? Sus collage germinaron en su cabeza, impusieron nuevos matices de color al pantone de lo “dado por sentado” en la historia del arte. Y en el mundo, en general.


En un panorama de rubias neumáticas atrapadas e hipesexualizadas por el arte pop de los sesenta, Boty fue la primera en criticar en sus obras la mirada impuesta sobre la realidad y el cuerpo femenino. Utilizando para ello su propio cuerpo… Abofeteando, como dice Smith, el sueño a punto de convertirse en pesadilla.


Sin embargo, todo lo que nos quedó de ella fue la trágica biografía de una artista que descubrió estando embarazada que tenía cáncer, que decidió no abortar y murió a los 28 años. Y luego su marido también murió. Y su hija también artista mucho después, de sobredosis.


Las obras de Boty, en su mayoría, fueron encontradas en los 90’ en un granero.


Pauline Boty, cuerpo presente y pensante, es uno de los motivos principales de la cíclica y a la vez fragmentaria Otoño, con la que da comienzo la tetralogía estacional de Ali Smith.


Donde la escocesa narra con una particularísima voz que es a la vez misteriosa y sencilla -como la propia vida- la relación entre Elisabeth, una mujer en sus treinta, y un anciano centenario, Daniel Gluck, que tuvo un papel esencial en la niñez de ella. Y a través de ellos, Smith no sólo nos habla del pasado y el presente de Reino Unido, sino del Otro.

Ali Smith: "Es una época en que las personas hablan sin que lo que dicen llegue a convertirse en diálogo”

El Otro que es el viejo olvidado en una residencia. El Otro, la mujer y la artista disruptiva que luchó por no ser instrumentalizada pero fue silenciada finalmente - Pauline Boty y su reverso, Christine Keeler, aka “el escándalo”.


El Otro, expatriado y en el ocaso de un imperio -a las puertas del Brexit. Donde las vallas electrificadas se alzan por doquier y a las que una madre anclada también el pasado, la de Elisabeth -con “S”, es importante- lanza antigüedades convertidas en misiles.


Donde Smith afila la sátira para narrarnos la peripecias para conseguir un pasaporte, o el odio al migrante, además de la incomprensión generalizada por esa relación tan “rara” entre una niña y un viejo que le enseñó a reapropiarse de la mirada y de la imaginación, como hiciera Boty. Un emblema.


Y Ali Smith lo hace desde la primera página, arrugando la magistral frase con la que da comienzo Historia de dos ciudades, de Dickens, para apuntalar un no menos magistral comienzo de novela. Cuando dice:


“Era el peor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Otra vez. Es lo que tienen las cosas. Se descomponen, siempre lo han hecho y siempre lo harán, forma parte de la naturaleza”.


Pero hay en ese “otra vez” y ese “siempre” una promesa de vuelta al inicio, un regreso cíclico como el de las estaciones. O un eterno retorno como el que anunciaba el antropólogo Levi Strauss, donde se nos asegura que si bien todo tiende a deteriorarse y a veces es empujado a ello, hay quien VE-MIRA en esa aparente muerte de la materia una promesa autocumplida de nuevo inicio. Un resurgir o surgir.


Clarividencia punk o un feminismo que no llora sino que mira “a través”, de esa forma incómoda y sincera en que lo hacen los niños: Eso es Smith y las palabras de Smith.


Lo vemos en la valentía con la que escribe :


“Es como si la democracia fuese una botella que alguien puede amenazar con romper para hacer daño con ella. Es una época en que las personas hablan sin que lo que dicen llegue a convertirse en diálogo”.


El fin del diálogo. Punto.


En la posibilidad de enamorarse de algo o alguien que por fin te vea a ti como eres y no como deberías ser. Que certifique que estás aquí.


“No nos queda más que esperar que las personas que nos quieren y nos conocen un poquito nos vean como somos en realidad. En última instancia eso es lo que importa, y poco más”, dice Daniel.


Han usurpado nuestra imagen. Han mercantilizado nuestros cuerpos. En tanto un cuerpo ocupa espacio y es en el espacio, con el que también han mercadeado y etiquetado, donde existimos y debemos adueñarnos de él.

Han usurpado nuestra imagen. Han mercantilizado nuestros cuerpos.

En tanto, aún está el privilegio -triste, decrépito- de ver dormir al Otro ( a pesar de que “es espantoso estar literalmente al otro lado de sus ojos”). Y como augura la escocesa, que a todas luces debería ganar el Nobel (pero quién sabe), verlo despertar.


Si caerse, como dice, es lo que hacen las hojas.

“Si soy todas las hojas” y su infinita caída.

Entonces soy más que el pasado, aquello que lo mueve.

Y aunque la memoria y la responsabilidad, asegure, no se conocen, también soy todas las lagunas que la escritora trae al frente en este prodigioso ulular del viento que es la prosa de Ali Smith.

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