Caballo de Troya publica Animal de nieve, segunda obra de la escritora y fotógrafa Dara Scully (1989). Ambientada en un asfixiante colegio de niñas, recorre las pasiones que explotan allí, pero lo hace de una forma tan contenida que quizás se eche de menos un poco más de desorden discursivo o recreación en la oscuridad.
Por: Andreu Navarra
Nos adentramos en las páginas de Animal de nieve con la sensación de que falta algo esencial en un relato que, deliberadamente, busca recrear el mundo romántico y los usos morales del siglo XIX. Los referentes góticos, o las obras maestras de Jane Austen, a la vista están. Y parece muy buena idea ambientar una novela actual en aquel mundo tan reconocible. La trama se asienta sobre un triángulo amoroso, o que no llega a amoroso porque todo queda en sugerencia, que mejora conforme avanza la narración. Las simetrías y los símbolos son demasiado evidentes (masculinidad y caballos, montaña y vigilancia), y ni Frédéric, ni su alumna díscola Angélica ni la herida directora Miss Bell carecen de originalidad. Precisamente cuando la joven Sabine empieza a cobrar protagonismo, hacia la mitad, la novela gana en riqueza y se diversifica. Se insiste en la naturaleza animal, salvaje y grande y sufriente, de los habitantes del microcosmos de la novela; pero el estilo, con ser muy correcto, no es animal ni salvaje ni grande. Y parece que los personajes sean demasiado asexuados.
Animal de nieve es como la poesía horaciana, que siempre garantiza la calidad, pero arriesga poco.
Es algo que las grandes novelistas del período 1770-1850 solucionaron con más pericia. Quizás en Animal de nieve se tendría que haber arriesgado más. El puntillismo psicológico de la novela es un acierto, pero sofoca las posibilidades de rebelión discursiva. En otras palabras, para un tema apasionado quizás se optó por una forma demasiado neoclásica. Animal de nieve es como la poesía horaciana, que siempre garantiza la calidad, pero arriesga poco. Más atrevimiento con las pasiones, más desenvoltura discursiva, hubieran trasladado este texto hacia la prosa hipnótica de quienes se atreven a merodear entre abismos.
Sin embargo, no queremos quedarnos con la idea de que Animal de nieve no sea una buena novela, que no sepa sobreponerse a sus propias limitaciones, porque no es así. La salvan, a mi modo de ver, dos cosas: el estilo cortante y contenido, lleno de hallazgos visuales, y la poética política centrada en los cuerpos que sufren el confinamiento en el colegio de niñas. Ese mundo interior, arrasado por la falta de afecto, que viaja a la precariedad peligrosa de un lago helado, acompañado de sufrimientos cotidianos como la fatiga, las lesiones, la cojera de Miss Bell, en definitiva, las erosiones y los dolores físicos, se exploran con minuciosidad. Animal de nieve es una novela detallista, bien cincelada, atenta a los objetos y las texturas, y eso constituye una sabiduría narrativa evidente.
Con más empaque trágico, con más espacio para explorar lasa usuras del tiempo, con más arrojo para poner sobre la mesa las oscuridades de la mente humana, la novela hubiera llegado más lejos.
Con más empaque trágico, con más espacio para explorar lasa usuras del tiempo, con más arrojo para poner sobre la mesa las oscuridades de la mente humana, la novela hubiera llegado más lejos. También es verdad que tampoco hubiera tenido que llegar a ningún sitio concreto. La excursión hacia la institución de Miss Bell merece la pena. Lo que muestra no es desafortunado, aun quedándose a las puertas de un texto más arriesgado y más comprometedor. La contención, que es en sí una virtud del texto, ha evitado dislocaciones y dislexias espirituales. Por eso no llega a alcanzar a Marguerite Duras o a Herta Müller, los modelos que se proponen en la solapa. Para eso hace falta atreverse a ver más lo que nunca encaja, lo que nunca deja de sangrar. Pero Dara Scully, gracias a una acertada idea temática y compositiva, consigue un notable vuelo estético. Quizás sólo se eche en falta más coraje para lo dislocado o lo incomprensible, conseguir que no todo encaje tan bien, dejando que sus propios animales humanos se muevan y se expresen por sí mismos, como organismos autónomos e incontrolables. El resultado, con ser suficiente, no es sobrecogedor. Dara Scully admira demasiado a sus personajes, y no les deja ser miserables o rastreros. El control del discurso no le permitió indagar más en los problemas que le preocupaban, y éstos podrían haber arrojado un resultado más explorativo.
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