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El trastorno de vivir: "Un amor", de Sara Mesa

Una chica llega a un pueblo y no sabemos por qué. Se obsesiona con un cuerpo y ni ella ni nosotros sabemos por qué. Su nuevo entorno real no es el paraíso imaginado y utópico de las propagandas rosas actuales. Los hombres que allí habitan no son todos protovioladores ni nuevos santos postmodernos, en La Escapa no existe esa perfección cocinada en los salones urbanos donde falta la imaginación.

Por: Andreu Navarra


Lo que hay entre la ciudad inventada de Cárdenas y el monte Glauco es lo que podemos encontrar en cualquier aldea mediocre de nuestro país: desde gañanes peligrosos, de una misoginia pétrea y secular, hasta artesanos delicados, pasando por abuelos desvalidos y personas que vegetan sin preguntarse por qué están viviendo o cómo podrían mejorar sus perspectivas.

Sara Mesa se lleva el gato al agua porque su escritura ha optado por la máxima austeridad, por rechazar el exhibicionismo y tratar de lograr lo que resulta extremadamente difícil: optar por la economía rigurosa de recursos, el mundo interior y la extrema condensación de argumento y espacio. Esta nueva novela suya se coloca en el medio camino entre Cicatriz y Cara de pan. Reconoceremos fácilmente a la Sonia de Cicatriz en la Natalia de Un amor, aunque ésta última tenga las cosas aún menos claras y aún sepa menos cómo hay que vivir y como hay que interpretar las propias pulsiones. Porque, en realidad, nadie sabe hacer eso: vivimos en la más extrema de las desorientaciones. Por otra parte, Un amor hereda de Cara de pan la severidad sin rudeza, la catástrofe discreta y el entorno opresivo.

Sara Mesa se lleva el gato al agua porque su escritura ha optado por la máxima austeridad.

Y aunque quieran dorarnos la píldora, de aquí proviene ese famoso tono inquietante de las novelas de la autora. No se trata tanto de escribir sobre moral y desarreglos, sino de certificar hasta qué punto no tenemos nada controlado. Nosotros, los lectores; nosotros, los ciudadanos asustados que buscamos orden y confort en las producciones literarias de baja estofa. Pero lo que hay aquí no es conformista ni convencional. Un amor carece de héroes, carece de manual para el buen vivir moral de nuestro tiempo pacato. En un contexto tan ideologizado, Sara Mesa ha sido pionera y lo sigue siendo: ha elegido de la vida y de los instintos que no encajan, hace tiempo (desde Cicatriz) que se dedica a analizar todas aquellas pulsiones que nos resultan imposibles de comprender, todo aquello que necesitamos (aún) tapar, ocultar, o dorar o juzgar y bendecir.

Es extraño que en una novela llamada Un amor no haya prácticamente ni un gramo de amor. Lo cual puede significar varias cosas: que en realidad el amor sea una convención, o que nos interese llamar amor a una cosa que no existe y que nos gusta vestir y desvestir de impulsos que consideramos culpables, llamando ejemplar a un tipo de amor y condenable o incomprensible a otro. O quizás lo que ocurre es que existan tantos tipos de amor como personas, y que en él quepa todo, hasta lo que nos repugna. Es, en parte, donde radica la brillantez de esta novela: lo que encontramos aquí es deseo desordenado (es decir, real), posesividad, celos, obsesión e impulsos autodestructivos. Preguntas sobre la identidad y la vulnerabilidad, pero ningún sermón de los que acostumbran a publicarse sin pudor en nuestro país, confundiendo la ejemplaridad con la creatividad. En este sentido, como ocurría en Cara de pan, Sara Mesa también controla a la perfección el arte de sorprender, el arte de quebrar nuestros prejuicios a través de giros inesperados: así como Nat, protagonista de Un amor, es quien transita por las cloacas del deseo, era la joven protagonista de Cara de pan quien acusaba en falso, quien sugería el sexo de fango, así como también era la inolvidable protagonista de Cicatriz quien terminaba fomentando y estimulando el robo y el envío de artículos robados y de lujo.

En definitiva, no sabemos nada de nosotros mismos y nuestras etiquetas no sirven para orientarnos de una manera suficiente y tranquilizadora. Por eso esta novela no gustará ni a moralistas, ni mediocres, ni oportunistas de las teorías de género. Precisamente por su rigor antiteórico, o su aproximación a la conciencia real y aterrorizada de los seres que debemos vivir aquí, entre sombras y amenazas.

Es extraño que en una novela llamada Un amor no haya prácticamente ni un gramo de amor.

El deseo no conoce leyes, y por mucho que intentemos degradarnos a personajes de una pieza y dibujar historias moralizantes protagonizadas por arquetipos, la realidad se niega a obedecer nuestros ideologismos, y acaba destacando sobre las demás la novela sobre las arterias de la vida, por donde corre la sangre de la realidad y el calor insoportable por el que transita el ser humano, rodeado de glaciares. Reivindicar esos fríos y calores y claroscuros de nuestra conciencia siempre ha sido el papel fundamental de la buena literatura, y Un amor cae de lleno en esta clasificación.



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