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Escribir, una necesidad vital. La "Trilogía de Copenhague" de Tove Ditlevsen



La "Trilogía de Copenhague" (Seix Barral, traducción de Blanca Ostalé) va consolidándose como uno de los libros del año. Las memorias de Tove Ditlevsen han sido aclamadas como una obra maestra. Intentemos saber por qué.


Asunción Ordoño


Si es cierto que las primeras páginas de una novela y la última son definitivas para la adhesión del lector y la asunción definitiva del impacto de la lectura, en estas memorias que se leen como una novela, el principio se cumple de forma implacable y redonda. A partir del inicio increíblemente brillante “Con la mañana, llegaba la esperanza. Como un resplandor fugaz, se posaba en la melena negra y lisa de mi madre, que yo jamás me aventuraba a tocar, y se quedaba en la punta de mi lengua...Una vez que la esperanza estaba rota, mi madre se vestía con movimientos bruscos y exasperados...yo también tenía que vestirme y el mundo se volvía un lugar frío, lóbrego y amenazante...” el relato de Tove Ditlevsen nos va conduciendo a través de su vida dura, solitaria, dependiente, dolorosa, enfangada, desde su infancia pobre y solitaria hasta un punto en que alcanza casi la felicidad tras haber regresado de los infiernos, sumida en una paz hogareña, fuera de Copenhague con su marido y sus hijos.


Es en las dos últimas páginas, donde descubrimos la circularidad del camino, también entre la esperanza y la desesperanza de las primeras páginas, “Pero no me abandonó (Víctor) ni entonces ni nunca. Se enfrentó a su temible rival (la droga)con una pasión que jamás se extinguía y con una furia que me llenaba de espanto... Empecé a escribir de nuevo...pero aún hoy despierta en mí el ansia de antaño con solo hacerme un análisis o pasar por delante del escaparate de una farmacia. Nunca morirá del todo mientras yo viva”. Y el resto de su vida, que no nos cuenta, está llena de escritura, de éxito, de felicidades pequeñas o grandes, pero también de este entrar y salir de los infiernos que la condujeron al suicidio por sobredosis en 1976.

Tove Ditlevsen: "Los poemas y la prosa poética me emocionan como antes, pero las cosas que describen me dejan fría por completo"

El mundo conocía muy poco los muchísimos poemarios, novelas, cuentos, artículos y consejos, que esta mujer complicada, desvalida, insegura y empecinada al mismo tiempo, escribió durante su vida. A pesar de ser muy leída en Dinamarca, fue descubierta a raíz de la celebración de su centenario en 2017 gracias a la traducción al inglés y la edición en Reino Unido y Estados Unidos de sus tres libros de memorias Infancia (1967), Juventud y Dependencia (1971) que se publicaron juntos con el nombre de Trilogía de Copenhague y que ahora recoge Seix y Barral.


A lo largo de los tres libros de sus memorias Ditlevsen se muestra como una persona que se analiza constantemente, inteligente, de expresión directa y clara, pero a la vez insegura, dependiente siempre de las personas que tiene a su alrededor: su madre. “Mi relación con ella es estrecha, dolorosa y trémula, siempre debo andar buscando algún indicio de amor. Todo lo que hago lo hago por complacerla, para hacerle sonreír, para aplacar su furia”, sus amigas. O: “A lo largo de toda nuestra larga amistad me devora siempre el miedo a que Ruth me quite la careta. Me descubra cómo soy en realidad. Me convierto en su eco porque la quiero y porque ella es la más fuerte”, los hombres a los que se acerca, sus amantes, sus maridos. “(Carl) sería muy complicado que me dejase si yo adoptaba a su hijo. Me parece buena idea, dijo (su amiga) Lise...entonces lo haré, decidí, como si estuviese hablando de una simple excursión.”


Se siente rara, alejada de la realidad, infeliz:“Los poemas y la prosa poética me emocionan como antes, pero las cosas que describen me dejan fría por completo. No siento demasiado aprecio por la realidad” La única certeza, la que persigue obcecadamente durante toda su vida, lo que la eleva de la realidad que no le gusta es la necesidad de la escritura, de ser publicada y de ser leída: Cada vez soy más consciente de que lo único para lo que sirvo, lo único que me absorbe y me apasiona, es construir frases, formar grupos de palabras o escribir sencillas estrofas de cuatro líneas...”.


Ante la miseria, la lobreguez y la incultura que la rodea durante su infancia, solo tiene el poder redentor de unos poemas románticos de tema más o menos amoroso que escribe a escondidas puesto que su padre, a pesar de leer y ser socialista militante, le dice una vez que las niñas no escriben poemas. Ella nunca dice “pues yo sí”, sino que vive siempre atenazada por la angustia de ser diferente y de saber que la escritura la redimirá de esa oscuridad que es su infancia, su vida.


Cuando tras la confirmación ha de dejar la escuela y su profesora le dice que puede buscarle una beca para hacer el bachillerato, no se rebela ante la negativa de su familia y, ya en Juventud, nos explica los trabajos de limpiadora, empaquetadora y secretaria que va aceptando para sobrevivir, pero no dice “pues yo quiero estudiar”, porque lo que quiere es escribir y salir de aquella casa. A lo largo de Juventud y Dependencia, vemos cómo esta incultura la hace sufrir y admirar a las personas cultas a pesar de que las únicas amigas que tiene son casquivanas y buscan marido en compañeros de baile de una noche, como ella, por otro lado, siguiendo lo que su madre le dice sobre encontrar un marido que la mantenga.


Y eso es lo que hace, pues vivir sola en una habitación pobre, a pesar de haber deseado tanto escribir en una habitación propia, le produce una sensación de soledad infinita. No mantiene su independencia, se casa con el primer editor que le publica un poema y con el que puede hablar de la escritura, la mantiene y le abre las puertas al mundo de las personas cultas y a la vida bohemia de personas que escriben, charlan, beben... y a la publicación de su primera novela. Porque escribir es lo único que la hace feliz y lo demás (el editor es mayor que su madre) no importa. A lo largo de los tres libros repite más de una vez que lo que quiere es la tranquilidad de tener un marido y unos hijos e intenta que se haga realidad, como le decía su madre “Ahora somos papá, mamá y la niña, digo, una familia normal y corriente ¿Por qué te interesa tanto ser normal y corriente?, pregunta Ebbe asombrado. Es un hecho que no lo eres. No sé qué contestarle, pero es lo que he deseado desde que tengo uso de razón”.


En Dependencia nos cuenta la relación con sus maridos y por fin, tras el abandono del amante y por el consejo de una amiga, no por propia iniciativa, deja de vivir de mantenida y trata de vivir de su escritura, cosa que consigue con facilidad., “Ahora tendrás que vivir de tu pluma. Toda esta historia de ser una mantenida no sirve para nada, son cosas de tu familia”. La vivencia de su infelicidad permanente y la necesidad personal de escribir su nueva novela y de estar con su segundo marido y su hijo hace que la invasión de Dinamarca por Hitler no le afecte en absoluto como persona. Solo como de pasada menciona el hecho en sí, el toque de queda, va a un refugio, arranca las cortinas opacas cuando la invasión termina, pero dice muy claramente que no cree en la resistencia y que no le importa quién esté al mando.


“Entonces llega el 5 de mayo y las calles se llenan de de multitudes vociferantes...La gente va abrazando a perfectos desconocidos...pero este acontecimiento histórico no acaba de calar en mi conciencia, porque yo siempre percibo las cosas con retraso y rara vez vivo en el momento presente”. Aunque toda esta sordidez, inseguridad, infelicidad... no es nada comparada con el horror de la narración de su dependencia de las drogas suministradas por su tercer marido que ocupa una buena parte de Dependencia. Seleccionamos uno solo de los terribles cinco años que nos cuenta con detalle: ”Permanecía en la cama, inmóvil y embotada, y me sentía acunada en un agua verde y tibia. Nada en el mundo tenía interés para mí, solo seguir para siempre en ese estado gozoso. Carl me repetía que eran muchas las personas que no oían por un lado...no había precio que no estuviera dispuesta a pagar con tal de mantener a raya la insufrible realidad.”


El estilo de Ditlevsen es fascinante durante todo el relato, mantiene una unidad en los tres libros a pesar de tener un tono distinto para cada uno de ellos. Plasma la realidad y los personajes que la rodean de una forma directa, clara, detallada, adjetivada, poética, que convierte su prosa en lúgubre y a la vez irónica y con cierto sentido del humor en Infancia y en algo frío y espeluznante en Dependencia. Sus sentimientos, pensamientos y acciones están escrupulosamente contados hasta el mínimo detalle, tanto los gozosos como los descarnados y vergonzosos, sin ninguna autocomplacencia ni piedad, mostrando lo que ve y cómo lo vive en su interior; por eso la narración de su drogadicción, de su abortos, nos deja tan atenazados.

Tove Ditlevsen: “Cada persona tiene su verdad igual que cada niño su infancia”

No escatima detalles, no siente vergüenza, las cosas más horribles son contadas con frialdad y con el mismo estilo minucioso, adjetivado, con el que nos contó su infancia “larga y estrecha como un ataúd”. Todos los personajes, por pequeña que sea su función en el relato merecen ser descritos: sus padres “el problema consistía en que eran dos seres tan distintos que parecían venir de planetas diferentes. Mi padre era melancólico, serio y moralista en extremo, mientras que mi madre, al menos de joven, era alegre y frívola, imprudente y vanidosa”. Familorio, vecinos: “Abajo vive Rapunzel, la de la larga trenza dorada, con sus padres, que aún no se la han vendido a la bruja...las chicas solo sirven para casarse y tener hijos...el padre y la madre de Rapunzel trabajan en la Carlsberg y se beben cincuenta cervezas al día cada uno. De noche, al volver a casa ...empiezan a chillar y a pegar a Rapunzel con un bastón de los gordos.., amigas, borrachines, compañeros de una noche de baile, bohemios, trabajadores, editores, médicos, maridos “(Ebbe) tiene una cara blanda y suave de rasgos finos… entonces mira a su alrededor con expresión desvalida y pierde el hilo...Ebbe me mira con sus ojos rasgados antes de encogerse de hombros...”.


Lo mismo sucede con los lugares: su casa, la escalera “Contengo la respiración hasta que llego al patio , porque el portal siempre huele a cerveza y orines”, el rincón de la basura, donde las niñas cuchichean los primeros escarceos amorosos entre la curiosidad y el descaro obsceno. En Juventud los cafés, restaurantes, lugares de trabajo, las calles, sus sucesivas habitaciones y posteriormente sus casas, el campo que ve por primera vez y sobre todo su barrio “Es otoño y la tormenta zarandea los letreros del carnicero. Los árboles de Enghavevej no tardarán en perder las hojas, que ya casi recubren por completo el suelo con su alfombra rojiza y amarilla...los desempleados pasan frío, pero aún están ahí con las manos bien hundidas en los bolsillos y una pipa encendida entre los labios” . Y en este mismo capítulo ella y su amiga Ruth van a ver las putas “dos viejas gordas que se afanan en menear el trasero”, los policías, los borrachos cerca de la estación, niños bulliciosos... Todo ello compone un fresco de la Copenhague de su tiempo al más puro estilo de las grandes novelas del XIX, con la cercanía de la primera persona y el uso del presente en los verbos. Y lo mismo debe suceder en sus novelas, alguna de las cuales se menciona en el libro: Han hecho daño a una niña, La calle de mi infancia, el cuento El niño muerto (tras un aborto) y el hecho de que su marido Ebbe y su madre se sientan reconocidos en algún personaje.


Las memorias de una vida dura, lóbrega, marcada por una infancia miserable y desolada, llena de hechos terribles y de momentos de escritura gozosa. Cada persona tiene su verdad igual que cada niño su infancia”.

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