
Durante diez años, brilló sobre el cielo enfermo de Japón un astro negro y cenagoso: el trío Gallhammer, que se centró en una fusión del Punk más depravado con el Black y el Doom más elementales y sórdidos.
Por: Andreu Navarra
La historia japonesa es muy dada a extremosidades, y su rica escena de metal extremo no es precisamente una excepción. Todo el mundo sabe que en las islas del Sol Naciente se consumen una cantidad insana de bandas de Black, Death, Noise y Doom, así como que la producción propia siempre ha de contarse entre las más enfermas y vitales. En este contexto de enorme floración de música incontrolada y putrefacta, parece que Gallhammer podría ser considerada un resumen de todo ello: con una estética cercana al Black, un modo de torturar las guitarras claramente orientado al Doom más lento, una actitud de lo más Punk/crust y algunas concesiones al Rock naíf, ochentero y putrefacto, Gallhammer consiguieron consolidar un estilo propio con elementos diversos, sin ser una banda ecléctica, y fijándose en el estilo de los suizos Hellhammer, la banda de culto que sirvió de antesala a Celtic Frost.
Gloomy Lights, su primer álbum, llegó en 2004 tras tres demos que recordaban a los pioneros de la música extrema de los ochenta, ese tipo de bandas que no sabían muy bien si hacían Punk o Doom, Hardcore, Thrash o Death Metal, pero que no hacían otra cosa que mirar adelante.
La portada de ese disco, una bengala o meteoro o sol incadescente sobre un fondo oscuro, es una buena metáfora de su actitud ante la música. Porque Gallhammer brillaron como un fulgor oscuro buscando siempre el otro lado, amasando antimateria en el subsuelo urbano.
Tal y como he dicho, desde el día uno, Vivian Slaughter (voz y bajo), Risa Reaper (batería y voz) y Mika Penetrator (guitarra y voz) fueron lideresas y no epígonas. No hay más que examinar el buen gusto y el mimo con que se editó en forma de libro su álbum de debut. Nunca se trató de enlazar cuatro acordes y poner un zombi en la portada: las ediciones de Gallhammer tuvieron un plus de dedicación a la presentación integral de una música que siempre quiso arrancar la luz de la oscuridad más negra y húmeda, aunque hicieran del primitivismo más extremo su bandera. O hay más que escuchar ráfagas de odio como “Rubbish Cg202”, del álbum The End (2011) para darse cuenta de ello.
Hace doce años, en una entrevista para Japanese Music World, Vivian Slaughter describía su música como “frecuentemente categorizada como Black Metal”, y añadía: “pero yo no creo que seamos sólo eso. Por supuesto que me gusta el Black Metal, pero también disfruto del Crust Punk. Gallhammer está particularmente influenciado por el Black Metal y el Crust Punk, así que nuestro estilo de música es muy multidireccional y esto dificulta el dividir nuestra música en géneros. Yo estoy influenciada por el Thrash Metal, New Wave, Crust Punk, y el Black Metal de la vieja escuela. Nosotras realmente no somos una banda muy técnica, sólo queremos hacer canciones tenebrosas y simples.”
"Nosotras realmente no somos una banda muy técnica, sólo queremos hacer canciones tenebrosas y simples.” (Vivian Slaughter)
La dirección blackera es muy presente en temas como “Speed of Blood” o la emblemática “Crucifixion”, publicadas en más de un trabajo, mientras que otros son largos y espesos poemas llenos de asco y desesperación, como “The Onset at the Age of Despair”, el largo tema que abría el álbum Ill Innocence (2007), o la paradigmática “Endless Nauseous Days”, con que se iniciaba Gloomy Lights (2004).
Este trío de Tokio parece que terminó en 2013, tras una década de trabajo intenso, aunque oficialmente se siga a la espera de un regreso. Su último lanzamiento, The End, no hacía presagiar precisamente intenciones de volver. Poco apreciado por la crítica, forma un último capítulo aparte, sin el apoyo de su discográfica de siempre, Peaceville, y sin presencia de la guitarrista en los créditos.
Para entender el impacto que lograron Gallhammer hay que tener en cuenta la fuerza de su directo, que se beneficiaba de su (des)equilibrio entre los temas largos y atmosféricos en combinación con los más furiosos, siempre dentro de una fetidez elemental que encajaba muy bien con la actitud mesmerizada y ausente de las tres intérpretes. La combinación de trance vudú y punk resultó muy efectiva sobre el escenario. La actitud d Gallhammer no varió, fue totalmente crustie y terrorista de principio a fin. Sin concesiones a la belleza o la esperanza, el conjunto era siempre debidamente coherente y desolador. Esa visceralidad, alejada de cualquier tipo de postureo, que tendrían en común con la danza Butoh, era el sello más característico de una banda que no bajó la guardia en sus diez años de existencia activa. La discográfica Peaceville, que nació precisamente apostando por proyectos entre el grindcore y el crust lento (cabe recordar los innovadores Deviated Instinct), apoyó desde el principio esta propuesta abisal, aunque The End fue publicado en México, Japón y Finlandia por tres pequeños sellos distintos. Al no tener continuidad, con el paso de los años este trío depravado y lúcido se ha ido convirtiendo en una banda de culto, al lado de otras propuestas aberrantes y grotescas de la escena japonesa como Corrupted o Endless Dismal Moan.

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