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Gertrude Stein, "influencer" de la vanguardia parisina



Ni el París de principios del siglo XX, ni la vanguardia literaria norteamericana, ni tal vez siquiera la pintura cubista, serían lo mismo sin la existencia de Gertrude Stein. Por ello, hoy se hace imprescindible sumar su figura a la creciente y feliz recuperación de nombres femeninos que han marcado la historia.



Iris C. Lago


Es bien sabido que, en los albores del siglo XX, París fue cuna de las vanguardias que primero escandalizarían y más tarde fascinarían a la crítica internacional. Existe en el imaginario colectivo una postal de la bohemia parisina, con sus cafés, cabarets, salones y vernissages. Sin embargo, si nos fijamos en los personajes que pueblan estos escenarios en nuestra imagen mental, muy probablemente veremos que se trata de figuras masculinas. Picasso, Matisse, Apollinaire, Hemingway, Joyce, Man Ray… Las mujeres brillan por su ausencia en las representaciones del ambiente artístico y literario del París de principios de siglo, aunque afortunadamente en los últimos años han proliferado los estudios y textos divulgativos acerca de las figuras femeninas que no solo estuvieron presentes en aquella época, sino que fueron de central importancia para el desarrollo de las vanguardias.


Una de estas figuras, que estuvo íntimamente relacionada con todos los nombres masculinos que hemos mencionado más arriba, y que resultaría enormemente relevante tanto para la historia del arte plástico como para la literatura, es Gertrude Stein. Un personaje extraordinario que reúne todas las etiquetas posibles que podrían haber hecho de ella una marginada social: mujer, de origen judío, expatriada y lesbiana. Sin embargo se ganó la admiración de su entorno no sin despertar al mismo tiempo grandes animadversiones y más adelante alcanzó fama y prestigio internacional. Aun así, la academia no ha sido justa con ella a la hora de darle un lugar en la “historia oficial”, del mismo modo que ha sucedido con tantos otros nombres femeninos de todos los tiempos.


Gertrude nació en 1874 en Allegheny (Pennsylvania), pero en 1903, tras dejar los estudios de Medicina, se trasladó a París para vivir con su hermano, Leo Stein. Juntos iniciaron una colección de arte en su estudio del número 27 de la Rue de Fleurus, que se haría famosa tanto en Francia como en los Estados Unidos, debido a que reunía obras de los pintores más vanguardistas del momento: Matisse, Cézanne, Gauguin y, sobre todo, Pablo Picasso, del que pronto Leo renegaría, pero que contó con el apoyo y la amistad de Gertrude durante los años más importantes para la consolidación de su carrera como artista. Otros pintores a los que Gertrude Stein brindó su apoyo y admiración fueron Juan Gris o Picabia.


La conexión entre Gertrude y Picasso se manifestó desde el momento en que se conocieron, cuando el pintor era todavía desconocido, y pronto él quiso retratarla. El resultado es un cuadro que ha pasado a la historia por su carácter incipientemente cubista, en el que Picasso ensaya la máscara que más tarde tomará el papel central en Las señoritas de Avignon y otros cuadros que le llevarían a la fama.


Para Gertrude Stein, desarrollar su escritura en el entorno de las vanguardias pictóricas resultó extremadamente importante. Su experimentación en la escritura, para ella, estaba estrechamente relacionada con la ruptura en las artes plásticas del momento. Gertrude aseguraba, por ejemplo, haber escrito Three Lives, una de sus primeras obras, mientras contemplaba el retrato de Madame Cézanne. También insistía con frecuencia en que su intención era hacer en el ámbito literario algo parecido a lo que Picasso hacía con su pintura.


Pronto la casa de los Stein se convirtió en uno de los centros neurálgicos de la bohemia parisina del momento. Todos los sábados por la noche, decenas de personas desfilaban por el estudio del 27 de la Rue de Fleurus para poder ver de cerca la colección de cuadros que allí se atesoraba. Aquellas tertulias en torno al arte contemporáneo reunían a lo más granado de la élite intelectual de París.


En 1907, Gertrude conoció a quien sería el gran amor de su vida: Alice B. Toklas. Poco después, Alice se mudó con los Stein y ambas permanecieron juntas hasta la muerte de Gertrude, formando un equipo inquebrantable en que Alice fue para Stein sostén vital, agente literaria, cocinera, costurera, mecanógrafa, editora y todo lo que uno pueda imaginar.


Desde 1913, con la marcha de Leo, las visitas de pintores, marchantes de arte y galeristas cederán protagonismo a las de escritores jóvenes que, gracias a los consejos y al apoyo de Gertrude, pronto medrarán en su oficio. El ejemplo más relevante es el de Ernest Hemingway, con el que mantuvo una estrecha amistad, con momentos de tirantez probablemente derivados de la actitud orgullosa de ambos. Hemingway reconoció en más de una ocasión la influencia de Gertrude en su escritura. Otro gran amigo, defensor a ultranza y admirador de Stein fue Sherwood Anderson.



Para Stein, el tiempo narrativo debía estar centrado en el presente


Muchos otros autores se relacionaron con Stein y pudieron recibir su influencia. Entre los nombres que encontramos en las diversas biografías, destacan los de Scott-Fitzgerald, Bravig Imbs o Paul Bowles que al parecer debe a Gertrude el descubrimiento de Tánger—. William Carlos Williams también visitó a la escritora en una ocasión, y dejó patente repetidas veces su admiración por la obra de Stein.


En su faceta de escritora, Gertrude Stein tuvo gran relevancia para la vanguardia estadounidense, y sus textos experimentales han sido incluidos entre los más influyentes del denominado modernismo norteamericano.


Para Stein, el tiempo narrativo debía estar centrado en el presente; ni pasado ni futuro debían interponerse en el momento vivido por los personajes. La gramática debía ponerse al servicio del instante. Y es a raíz de esta concepción que la autora empezó a desarrollar sus características repeticiones, en las que los elementos aparecen una y otra vez, aunque con sutiles alteraciones que se van sumando y produciendo una sensación de “momento presente”; las capas de realidad se van superponiendo unas a otras como los fotogramas de cine, que mediante mínimas alteraciones acaban por generar movimiento.

Sin embargo, el hecho de que la parte más personal de la obra de Stein (aquella en que ponía en práctica su teoría literaria) se basara en la palabra desprovista de trama, en una búsqueda profunda de la palabra desnuda, provocó el escarnio tanto de los editores, que se negaban a publicarla, como de los críticos en las afortunadas ocasiones en las que su obra vio la luz. Esto produjo frustración y tristeza en Stein, que deseaba por encima de todo que su obra fuese leída.


El ansiado éxito editorial no llegó hasta que Gertrude decidió hacer concesiones. Estas concesiones nacieron del apremio económico más que de la convicción: tras la Primera Guerra Mundial, los recursos habían empezado a escasear y Gertrude y Alice sabían que una biografía centrada en su relación con los personajes célebres de la vanguardia podía permitirles superar sus apuros financieros. Gertrude se resistió hasta el último momento, pero finalmente cedió a la insistencia de Alice. Eso sí, en lugar de escribir su propia autobiografía, decidió redactar la de su pareja: Autobiografía de Alice B. Toklas. En la obra, Gertrude adopta la voz literaria de Alice, llana y transparente, para narrar su propia vida vista a través de los ojos de Toklas.


La publicación de la Autobiografía concedió a Gertrude el éxito de ventas, crítica y, sobre todo, lectores, con el que siempre había soñado. Paradójicamente, había logrado llegar al estrellato con un estilo que no sentía como propio. Esto desencadenó en ella una profunda crisis de identidad en los años posteriores.



El ansiado éxito editorial no llegó hasta que Gertrude decidió hacer concesiones


Tras la publicación, Alice y Gertrude visitaron Estados Unidos, donde se sucedieron las conferencias, las publicaciones y las entrevistas, todo ello acompañado del aclamadísimo estreno en Nueva York de su ópera Four Saints in Three Acts, con música de su amigo Virgil Thomson y con un elenco formado enteramente por actores negros.


El éxito repentino de Gertrude también permite la edición o reedición de sus primeras obras. A partir de ese momento, publicar se vuelve mucho más fácil para Stein.


Durante la Segunda Guerra Mundial, Gertrude y Alice permanecieron en una zona rural de Francia, donde lograron mantenerse a salvo pese a que ambas eran judías. A su vuelta a París, terminada la guerra, Gertrude cayó gravemente enferma de cáncer y murió en el transcurso de una operación, en 1946.


Carl Van Vechten

Dado que su relación con Alice no existía sobre el papel, Gertrude tuvo que dejar su colección de arte a su sobrino Allan y a los herederos de este. Alice trató de salvaguardar la colección durante el resto de su vida, intentando que pasara en bloque a un museo bajo la etiqueta de Colección Gertrude Stein, pero finalmente, tras la muerte de Alice, esta se vendió a un grupo de magnates (entre ellos dos de los Rockefeller) y terminó dispersándose.


En cuanto a la obra literaria que había quedado inédita, Alice y Carl Van Vechten (gran amigo y defensor de Stein) se ocuparon de publicarla en los años siguientes, siguiendo el deseo de la autora.


Al final de su vida, no quedaba duda de que Gertrude Stein había sido una de las mujeres más influyentes del París de principios del siglo XX. Con su hermano Leo, ofreció apoyo y difusión a los pintores vanguardistas cuando todavía recibían de su entorno poco más que burlas. Junto con figuras como la de Natalie Barney o la de Sylvia Beach, ejerció como agente catalizador del genio de diversos artistas plásticos y escritores. Permitió que se crearan relaciones entre ellos, abriendo de par en par las puertas del 27 de la Rue de Fleurus. Con su escritura, contribuyó a abrir mentes, ojos y orejas, que aunque no entendieran nada, tal vez disfrutaran, lo cual, para ella, era lo único que contaba para entender.




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