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El largo combate de Katherine Dunn: Primer asalto a una vida

Diez años justificándose por una novela que no existe, eso son 3.650 días de excusas para una autora muy muy lenta noqueada por su propia gran obra. ¿Necesitan los escritores tener su propio 'cut man' que les cure los moratones como en el boxeo?


Por: Beatriz García Guirado


¡Iros al infierno, zorras!

A Katherine le hubiera gustado pulsar ese maldito botón de “Sluts from Hell” y enviar a todos aquellos condenados reporteros al infierno. Un día tras otro, durante más de una década, eso son 3650 días respondiendo la misma pregunta: “¿Cuándo va a publicar su siguiente novela? ¿No es cierto que va de un boxeador, finalmente se titulará Cut Man?”. Le hubiera encantado responderles con el mismo golpe seco, certero, que utilizaba en sus crónicas de boxeo y también en la redacción, cuando su risa emergía gutural y ronca tras una nube de humo, y salía la chica criada en un suburbio de Portland, la madre soltera que meneaba el trasero tras una barra -o alrededor de ella- para conseguir algo de dinero.

Pero ahora era una escritora importante, una escritora en el fondo, perseguida por el éxito de una novela que la había sepultado viva, porque jamás iba a poder escribir algo parecido.

Cuando en 1989 Katherine Dunn publicó Geek Love (Amor de Monstruo, Blackie Books), ningún autor americano había escrito antes nada parecido. Una tierna y perversa novela sobre una familia de freaks de circo, los Binowski, cuyos hijos eran tan o más deformes que ellos y los habían creado como monstruos de un laboratorio DIY, con injertos e insecticidas y poniéndose de coca hasta arriba.

Pero eran una familia normal. De eso en esencia hablaba la novela, de que todos somos raritos de la hostia, adorables monstruos. “Cada uno de nosotros está caminando con un enano jorobado y albino dentro”, dijo Katherine. Había que abrazar la propia anormalidad.

"Quería convertirme en una outsider muy especial para que me quisieran, pero me di cuenta de que todas las zorras ricas y las zorras blancas pobres son iguales"

La idea se le había ocurrido mientras paseaba por el Washington Park, en Portland, famoso porque tiene la rosaleda experimental más antigua de los Estados Unidos. Unas 500 variedades diferentes de rosas de todos los lugares del mundo y todas las formas -incluso rosas enanas-, que son testadas y etiquetadas. Eran mediados de los 80, para entonces Katherine había conseguido su primer trabajo como periodista en el Willamette Week -el periódico local que recibe el nombre del río Willamette, que atraviesa Portland- y, tras haber discutido con su hijo Eli, pensaba en cómo sería criar a los hijos como si fueran plantas en un jardín botánico, jugando con su ADN como lo hacían los botánicos hibridando semillas.

De una suma de su fantasía 'frankeinstein' y su niñez siempre mudándose de ciudad en ciudad, de un colegio al siguiente, sintiéndose como una “outsider” que sabía que no iba a poder encajar, ni falta que le hacía -”quería convertirme en una outsider muy especial para que me quisieran, pero me di cuenta de que todas las zorras ricas y las zorras blancas pobres son iguales”- nació Geek Love.

Una gran sensación mundial surgida de la mente alucinada de una total desconocida, traducido a más de 13 idiomas, finalista de los National Book Awards y cuyos derechos para llevarlo cine fueron comprados a lo largo de los años por celebrados fans como Tim Burton, sin que a día de hoy exista la película.

De repente, Katherine Dunn tenía más dinero del que podía soñar. Se compró una casa, alojó a los amigos de su hijo, ayudó a colegas a trabajar en sus obras, siguió escribiendo -artículos, chistes, libros sobre la etimología de las obscenidades-, pero su siguiente gran novela, por la que la editorial le entregó un adelantó de unos 175.000 dólares, no logró pasar de manuscrito. La reescribió y reescribió durante años, cambió el argumento a medida que concedía entrevistas -cada vez más escasas, estaba harta de responder a la misma pregunta-. La ultimísima versión es que iba a ser una historia de boxeo en una pequeña localidad, e iba a titularse Cut Man, que es como se conoce en la dulce ciencia a la persona que cura las heridas y los moratones del boxeador durante el combate para que pueda continuar.

Katherine Dunn necesitó 20 años para aprender a escribir, dijo, de una forma lógica.

Sí, ella a su vez necesitaba su propio Cut Man, alguien amable que le tendiera una bolsa de hielo cuando este larguísimo asalto novelístico parecía imposible. Porque Katherine era una escritora lenta, muy muy lenta, pero no una novata. Le había costado veinte años salir del surrealismo lírico y contracultural de sus dos primeras novelas de juventud que había escrito en Europa. De hecho, una de ellas, Truck, la escribió en España cuando dejó la escuela de élite a la que asistía becada para embarcarse en un viaje hippie con Dante Dapolonio, un chico que conoció durante unas vacaciones.

La otra, de hecho la primera, Attic, la terminó de escribir en Grecia.

Attic era una historia semi biográfica que contaba la visicitudes de una chica, Katherine, que pasa un año en una prisión de Missouri por una estafa y sus duras y a menudo escatológicas vivencias contadas con un estilo muy en la onda de Kerouac. De hecho, llegó a ser reseñada en el New York Times, pero la envarada crítica la consideró una novela horrible por las detalladas descripciones de lo que la protagonista solía hacer en el baño y sus escenas de alto voltaje sexual.

Katherine se trasladó a Dublín, donde dio a luz a su hijo Eli Dapolonio porque quería impedir, eso contó en una entrevista, que lo llamasen a filas en Estados Unidos.

Y sin embargo, madre e hijo acabaron regresando a Portland, una ciudad que cimentó y muy bien el gusto de la escritora por lo extraño y bizarro, y donde pasó veinte años tratando de “aprender a escribir de una forma lógica”, una vez pasó el furor beatnick de los años de juventud.


Por el camino, también escribió Toad, una novela autobiográfica sobre una mujer que tras un ruptura amorosa reflexiona sobre ser estudiante universitaria y pobre en la Portland de los 70', en el apogeo del movimiento feminista, y sus vivencias con su grupo de amigos pijos - más tarde, según Dapolonio, la olvidó en un cajón por considerarla demasiado deprimente.


En octubre, la editorial Farras, Straus and Giroux publicará la que habría sido la tercera novela de Dunn, y al año siguiente, en 2021, un recopilatorio de cuentos inéditos. Lo hará porque los muertos no tienen derecho a réplica -Katherine Dunn murió en 2016, a los 70 años, fruto de un fulminante cáncer de pulmón-. Sus fans, no obstante, siguen obsesionados con leer el infinito borrador de Cut Man, pero Dapolonio se niega a que esto ocurra. “No fue el deseo de mi madre”, dijo.


Mientras tanto, desde el otro lado, donde los monstruos no son monstruos porque carecen de cuerpo, una brisa con olor a nicotina pulsa fantasmagóricamente un botón para enviarlos al infierno.


Foto: KVAL.

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