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La noche industrial de Rosa Arciniega

Espuela de Plata recupera Engranajes, novela social de la escritora peruana Rosa Arciniega, que no había sido reeditada desde su fecha de publicación, en 1931. Lo cual parece increíble por la calidad que atesora el texto, un alegato a favor de la dignidad humana frente a la deshumanización del mundo industrializado.

Por: Andreu Navarra


Hace un tiempo, un amigo investigador me comentó lo que les dieron la tabarra en la universidad de Madrid con la Generación del 27. Al parecer, no existía nada más, y en los estudios que había escogido la insistencia en los poetas de los años veinte llegaba a ser obsesiva, y a alcanzar el paroxismo. Yo le respondí que en mi caso el peñazo había sido el siglo XIX: tener que aguantar a un charlatán un mes hablando de Don Álvaro o la fuerza del sino, ver repetidas las mismas trufas académicas, refritos y tópicos, sobe lo mismo, siempre, resultaba soporífero.


Por suerte, aquí y allí, podían apuntarse nombres de escritores interesantes: Rafael Cansinos Assens, José Díaz Fernández, Emilio Carrere… yo mismo escribí una tesis sobre un escritor viajero, José María Salaverría, antimoderno interesante, novelista pésimo, y gracias a eso pude indagar digamos en las cloacas o las salas de máquinas de la Edad de Plata. Luego llegó el tiempo de las explosiones: las más llamativas fueron las que nos descubrieron a Manuel Chaves Nogales, a Agustí Calvet “Gaziel” y Luisa Carnés. En ese tiempo me interesaban más Hoyos y Vinent, Ricardo Baroja o Luis Araquistáin que los títulos de siempre. Ahora, Espuela de Plata – Renacimiento relanza a una escritora interesantísima, una nueva sorpresa. Se acaba de publicar, con un prólogo de Inmaculada Lergo, Engranajes (1931), de la novelista peruana Rosa Arciniega.

Engranajes no pasó precisamente desapercibida, y aunque podría perfectamente entrar en la clasificación de “novela social”, consiguió concitar también la simpatía de los críticos conservadores.

La autora era todo un personaje. En tres años sucesivos, publicó tres novelas que aguantan bien el tipo: Engranajes, Jaque Mate (1932) y Mosko-Strom (1933). Asistía a todas las tertulias posibles (hasta a la más exclusiva de todas, la de Revista de Occidente) vestida con trajes y corbatas masculinas, pilotaba avionetas, y escribía con una mezcla de osadía y humanidad que fue aclamada en su época. La pregunta, como en tantos otros casos, es obvia: ¿cómo hemos pasado sin esto casi cien años, sin enterarnos de tanto? Sin desmerecer, ni mucho menos, las obras poéticas de las y los poetas de los años veinte, lo que se pregunta uno es por qué no se ha estudiado hasta ahora a la época tal y como era, retratando la actualidad del momento. Porque Engranajes no pasó precisamente desapercibida, y aunque podría perfectamente entrar en la clasificación de “novela social”, consiguió concitar también la simpatía de los críticos conservadores. Y eso se debe a muchos talentos que pone en evidencia la novela. En primer lugar, la ausencia de héroes. La ausencia de falsas épicas: la manera que tiene Arciniega de acercarse a la horrible vida de dos obreros no tiene nada de épico y no se acompaña de moralinas o lavados de cerebro. La primera persona de que se vale la novelista ayuda a ello: Manuel relata lo que ve, lo que siente, con una eficaz y cinematográfica economía de recursos.

Me parece evidente que Germinal, de Zola, late detrás de esta novela insólita por su ascetismo estilístico. Fomentan ese recuerdo las descripciones muy precisas de lo que son unos altos hornos o una mina de hierro, hasta el punto de que alguien que no hubiera estado allí no podría haber escrito esos pasajes descriptivos. Aun así, Engranajes es una obra particularmente sintomática de su época. Engranajes pertenece al mundo de Chacel, Chabás y Jarnés, pero incorpora una nota humana (común al también peruano, y su amigo, César Vallejo) que la distingue del mero panfleto o la soflama política. Es política, pero es visceral. Sigue el camino que abrió José Díaz Fernández en 1930, en su tratado El nuevo romanticismo: sin renunciar al Arte Nuevo, la literatura de los treinta tenía que enfangarse en los problemas sociales, explosivos en la época, y eso es exactamente lo que hace Rosa Arciniega: narrar, pura y simplemente, sin aspavientos, con realismo y con trazos expresionistas, cómo el mundo laboral tritura a Manuel y a Jiménez. Otra influencia observable es el Pío Baroja de la trilogía de La lucha por la vida, pero el Manuel de Arciniega tiene una evolución inversa a la del Manuel de La busca, Mala hierba y Aurora Roja. El Manuel barojiano se desentiende del terrorismo anarquista cuando se le desvelan instintos pequeñoburgueses: en cambio, el Manuel de Arciniega se precipita hacia el terrorismo justo al final de la narración, y lo hace por puro nihilismo, porque ya no aguanta más.


He ido leyendo la novela de Arciniega en el transporte público, yendo y viniendo de trabajar, y la mayoría de veces se me ha pasado la estación que tocaba. Llegados aquí, sólo me queda felicitar a los editores por haberme proporcionado este hallazgo, uno más de los innumerables que han rescatado.


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