Sloper publica la tercera novela de Beatriz García Guirado, "Los pies fríos". Una novela salvaje e inclasificable, aunque Laura Fernández haya dicho de ella que se trata de un "wild weird western" con aires metafísicos. The Godmother presenta un adelanto del texto, su epílogo.
Hace un tiempo leí un prólogo de Nabokov a su novela corta “El Ojo” en el que se quejaba de que los críticos buscasen en sus obras símbolos y segundas y terceras capas de significado cuando él había dicho todo lo que quería decir y de la forma en que quería hacerlo.
Esta es mi tercera novela y la segunda vez en que debo escribir un epílogo para explicar cómo funciona mi cabeza y que nadie lo tome por una forma pretenciosa de escritura o se dedique a jugar al sudoku buscando errores.
La gente estudia primero la superficie de algo y luego lo abre y mira; mi proceso cognitivo es el contrario.
De todas formas y con todos los respetos a los amantes de las tramas ordenadas y los estudiosos de la teoría literaria, a mí lo canónico me importa un pimiento y eso creo que me convierte en la peor persona para escribir una reseña y, sin duda, una nefasta crítica literaria. Porque yo sólo diría, esto ruge o esto no ruge; esto lo siento verdadero o no.
Mi manera de percibir el mundo que me rodea es la siguiente: veo las cosas de dentro hacia fuera. La gente estudia primero la superficie de algo y luego lo abre y mira; mi proceso cognitivo es el contrario.
El tiempo es un continuo y yo voy saltando. Como esos indígenas que señalan hacia atrás para querer decir “futuro”, puedo lo mismo vivenciar algo que no ha ocurrido que lo que ya ha pasado, y lo sitúo al mismo nivel. Las fechas no tienen ningún sentido; cada vez que recuerdo, experimento de nuevo, y lo mismo cuando invento. Está sucediendo.
Lo que pienso es. Y lo que es, tal vez lo imaginé. Para mí, lo que otros llaman “plano mental” no es algo
separado. Hay una voz y hay otra, y una idea, y luego una acción; todo revuelto. Cuando una persona me cuenta que hace 50 años sufrió un aborto y se le quiebra la voz, cuando esa mujer vuelve a
contármelo cada vez que me ve y los ojos se le humedecen como si acabase de perder al hijo, para mí, a todos los efectos, ha tenido tantos abortos como veces en que lo recuerda.
De la misma forma que las migrañas continuas de Picasso afectaron la manera en que pintaba, o que las descripciones de la gran Maggie O’Farrell creo que están matizadas por una condición cognitiva que le vino de niña, yo escribo con mi condición cognitiva y mi forma particular de estar en el mundo.
Y he intentado tantas veces de suplantarme sin lograrlo, que pienso que para escribir de otra manera tendrían que lobotomizarme.
Así que mejor me quedo como estoy.
A Harry Butterfly Santana le ocurre lo mismo que a mí –soy su madre. Las diferentes líneas temporales de “Los pies fríos” se solapan en su discurso, los tiempos cambian pero la emoción permanece. La celda en la que está encerrado es física y también mental, cuando dice que “el tiempo se arracima en la jaula”, que es como un ovillo y se deshilacha.
Pues eso es el tiempo.
Su historia es la de un chivo expiatorio, un hombre que cometió un crimen pero cuya existencia, como la de Judas, tiene algo de mártir porque parece haber sido bruñido para que pecase y con su castigo restituir el orden y hacernos sentir a todos mucho mejores de lo que somos.
Hay violencias y violencias, pero cuando alguien se cansa de poner la otra mejilla y devuelve el golpe, nadie llora por esa mejilla herida sino por la coz.
Siento piedad por Harry Butterfly y he intentado transmitirla ciñéndome al relato de su vida y post-vida, que, como todas, es un proceso alquímico inverso que convierte el oro en mierda y no al contrario.
Sin embargo, no maté a Deanna Grinner de una forma irreflexiva. Dudé antes de que fuera la víctima de esta historia.
Pensé mucho en ello, pensé: “Otra mujer muerta”. Y yo cooperando. Pero creo que lo hubiera matado igual siendo ella, él. Un traidor. Un victimario que acaba siendo víctima y no al revés. Y, joder, disfruté administrándole justicia porque la literatura es una forma muy legítima de violencia. Está más
allá de la moral.
Lo que pienso es. Y lo que es, tal vez lo imaginé.
Me parece necesario reivindicar la maldad de las mujeres como parte de un feminismo hoy no demasiado popular.
Hablar de la otra Virginia Woolf que se comió a su marido, la que odiaba el olor a pobre y escribía maliciosos comentarios sobre las otras mujeres; una persona tóxica. Ennoblecernos nos debilita.
Yo gesté a Harry porque me siento cómoda manejando a un Harry y no a una Eva, y estoy en mi derecho de ponerme esos calzones. Ocupar un lugar que no atiende a cuotas.
Por otro lado, El Paso del Escorpión con su maldición de zumbidos y linchamientos, al igual que Hula Hula y Paradise, son una América ilusoria a la que suelo viajar sin haber puesto un pie en la Otra más que en ocasiones. Una América inventada a través de libros y películas y que me ha sido
conveniente desde siempre para huir de la realidad. Mi hogar elegido.
De cualquier forma, el periodismo me ha enseñado, como a Gabe Benson, que a nadie le importa demasiado la verdad.
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