Diane di Prima, la escritora beat por antonomasia, abandonó este mundo el pasado 25 de octubre a los 86 años. En cuanto se tuvo noticia de su muerte las redes sociales se inundaron de condolencias, y a lo largo de los días se han escrito artículos en periódicos y revistas estadounidenses como The New York Times,The Washington Post o Vogue. Incluso en España se han publicado algunos textos que conmemoran su vida y obra en El País o elDiario.es. Resaltar este hecho para comenzar este artículo no es baladí.
Por: Mónica Caldeiro
En los últimos años se ha generado un discurso muy extendido y erróneo bajo la caracterización de «las mujeres olvidadas de la "Generación Beat" que a menudo no distingue entre las escritoras que por mérito propio ostentan el apelativo de artistas (y que en absoluto están olvidadas) y las meras compañeras de viaje que los hombres de la primera Generación Beat de la Costa Este objetivizaron. De ese trato encorsetado en los roles de género de la época nos quedan testimonios escritos en forma de memorias (como la de Carolyn Cassady, entre otras) y algún que otro documento audiovisual, como la película Pull My Daisy (Robert Frank y Alfred Leslie, 1959).
Como contraste a aquellas que asumieron ese rol nos quedan las escritoras, con su estela de vida radical y una escritura prolífica. Diane di Prima escribió hasta quince días antes de su muerte, dictando poemas a su compañero de vida Sheppard Powell cuando sus manos ya no se lo permitían y dejando un legado de unos cincuenta libros, entre los cuales todavía quedan varios manuscritos inéditos de la última etapa de su vida. Su compromiso con la escritura y la poesía fue férreo. Su vida, de la que dejó testimonio escrito en Memoirs of a beatnik (autobiografía ficcionalizada, 1969) y en el imprescindible Recollections of my Life as a Woman: The New York Years (2001), fue probablemente la más coherente, la más combativa, la más revolucionaria y la más visionaria de entre todos sus colegas de generación. Por ello, se puede asentir con toda seguridad que di Prima fue la más beat entre los beat: abrió a machete sendas donde antes no existían y donde el camino marcado en el pavimento para una mujer en los años cincuenta era casarse, tener hijos y una casa en las afueras de la ciudad, siempre a la sombra de un marido. Con su actitud y su palabra, di Prima hizo arder ese falso sueño y se embarcó en su propia aventura con su propio cuerpo por mochila y un hambre devoradora de literatura. Una aventura que la llevó por la bohemia del Village neoyorquino, por el movimiento hippie de San Francisco, por la comunidad psicodélica de Timothy Leary, por la unión al movimiento de teatro político de los Diggers y, todo esto, con una prole de cinco hijos a sus espaldas como madre soltera, todos ellos de cuatro padres distintos.
Aquel que está comprometido con su megalomanía no lo está con su escritura.
Lo que sabemos de su experiencia vital ayudó a equilibrar las hagiografías de un grupo cerrado de amigos para extender el término beat. Ya en su primera juventud, en su relación con la bohemia de Greenwich Village, se rodeó de una gran variedad de escritores de orígenes políticos y estéticos muy diversos. Fue en ese ambiente donde comenzó su carrera como escritora y donde fue cofundadora del New York Poets Theatre, editora de la revista The Floating Bear (junto con Leroi Jones) y de The Poets Press. The Poets Press, concretamente, publicó poesía de los grandes movimientos estadounidenses de siglo XX (la Generación Beat, el Movimiento de las Artes Negras, la Escuela de Nueva York, Black Mountain y el Renacimiento de San Francisco) e impulsó el trabajo de poetas como Audre Lorde o A. B. Spellman.
Su primer libro de poemas, This Kind of Bird Flies Backward [Los pájaros de esta especie vuelan del revés] (1958), ya dejaba caer en su título una clara muestra de intenciones. Di Prima fue nieta del anarquista italiano Domenico Malozzi, a quien recuerda en el primer poema de Revolutionary Letters: «[E]stamos / ahora involucrados en ella, la revolución, nos llega / hasta las rodillas y la marea sigue subiendo, abrazo / a desconocidos por la calle, colmada de su amor y / del mío, el amor que nos dijiste que tenía que llegar o / moriríamos». Algunas de sus influencias más profundas fueron John Keats, H. D. (Hilda Doolittle) y Ezra Pound, con el que mantuvo correspondencia con solo diecinueve años y al que solía visitar cuando estuvo internado en el hospital psiquiátrico de St. Elizabeth. Estas lecturas y coyunturas fijaron los cimientos de una base literaria mucho más sólida de lo que algunos piensan a la sombra de su vida (y casi mito). Di Prima fue una auténtica erudita de la poesía, la literatura, el budismo (conoció el zen bajo la tutela de Suzuki Roshi y más tarde el budismo vajrayana), la alquimia y las tradiciones herméticas y mágicas de Occidente. A lo largo de su vida acumuló un conocimiento trenzado por una ideología radical que sigue apuntando, sesenta años después, a la misma utopía para quienes creen que ese mundo todavía es posible. Así, tenemos a la Diane di Prima deslenguada y directa al más puro estilo beat de Dinners and Nightmares (1961), a la Diane que habla sobre la feminidad lanzando flechas que escandalizaban a sus contemporáneos, a la Diane revolucionaria y anarquista de Revolutionary Letters (1971, 2019) y a la escritora de la poesía épica y arcana de Loba (1973-1998) que tantos han intentado identificar como una versión femenina del Aullido de Ginsberg cayendo en un colosal error. Loba fue una obra que se fue gestando, editando y ampliando en tres libros diferentes que tejen un cuento y una historia arquetípicas donde lo femenino salvaje recupera el lugar que le pertenece. Ya nadie le cede un asiento, ni siquiera un trono: el trono es la Loba misma y es su propio poder, que a nadie pertenece y que con nadie es comparable. Recuerda poéticamente con ciertos ecos a Clarissa Pinkola Estés, a Adrienne Rich, a Audre Lorde y a todas las mujeres que defienden y defendieron el espacio de su escritura que fue el espacio de su cuerpo y de su víscera, que es colectivo en la mente y que a todas pertenece, incluso a aquellas que lo tienen silenciado. Loba es la mujer sin miedo, la salvaje, la audaz, la que no pide perdón, la que no se doblega, la que vive conectada con su naturaleza y su sangre. Es la que sobrevive y es la que escribe; escribe porque sobrevive y sobrevive porque escribe.
No solo Loba fue una obra en permanente proceso, sino que también cabe mencionar la historia que se encuentra detrás de Revolutionary Letters. Las cartas revolucionarias que recoge este volumen fueron poemas que di Prima escribió durante los años sesenta después de haberse unido a los Diggers, ya en San Francisco. Estos poemas se publicaron en unas 200 revistas de corte libertario que se distribuyeron por todo EE.UU., así que di Prima iba escribiendo los poemas a medida que se publicaban y se distribuían, configurando un libro apegado a su tiempo que transpira por cada una de sus páginas el anarquismo utópico tan presente en la contracultura estadounidense de los sesenta. Di Prima recitaba estos poemas en las escaleras del ayuntamiento de San Francisco mientras miembros de los Diggers repartían panfletos e invitaban a los funcionarios a abandonar su trabajo y unirse a la revolución. Aunque Revolutionary Letters sigue un recorrido creativo distinto al de Loba, su pensamiento de base permanece y se sostiene hasta entrado el siglo XXI con uno de sus últimos libros, The Poetry Deal (2014), estrechamente conectado al anterior. En este, Diane explica parte del contexto que rodeó a Revolutionary Letters y que a día de hoy parece impensable a la vez que entona una elegía por la ciudad que la acogió hasta su muerte. The Poetry Deal está escrito desde la pérdida de una urbe que pasó de ser uno de los focos mundiales de la contracultura a convertirse en uno de los centros tecnológicos y económicos del planeta, que expulsa y empobrece a sus artistas y que se transforma, con el cambio del hipster beat al hipster de Silicon Valley, en una antigua sombra de lo que fue con sus viejos monumentos, como la librería City Lights Bookstore o el Beat Museum. Pero The Poetry Deal no es solo la necrológica de una revolución que un día se vio como posible: la poesía atraviesa el libro como el hilo que deja testimonio de la evolución de esa pérdida. Cuando todo lo que un día fue real se desvanece dejando en el horizonte un futuro estéril, la poesía permanece. Y no permanece solo como asertividad del yo, sino como reflejo de la mente que obra a través del acto mágico de la imaginación. No en balde uno de los versos más célebres de Revolutionary Letters es «LA ÚNICA GUERRA QUE IMPORTA ES LA GUERRA CONTRA LA IMAGINACIÓN».
Tal vez en este año tan raro en que la poesía parece haber alcanzado un máximo histórico en cifras de frivolidad, su muerte haya llegado para recordarnos qué es la escritura, y por qué no es otra cosa.
La imaginación, con su capacidad para transmutar la mente y después como acción para transformar el mundo, se convierte en la mayor amenaza para el poder por proponer alternativas u operar a favor de la destrucción de sus estructuras. Revolutionary Letters, hermanado con The Poetry Deal, está muy lejos de ser el fósil ideológico de un momento capturado por la resina del tiempo; de hecho, se espera la salida de un volumen ampliado con poemas que la poeta escribió entre 2007 y 2017. Este acto de creación constante a través de los años da fe no solo del peso que pueda tener ese libro dentro del conjunto de su obra, sino de un compromiso de vida que queda tatuado mediante la escritura. El anarquismo de di Prima no es una locura de juventud fruto de la cultura del ácido, sino que es transversal en toda su vida y obra. No se puede ni debe excluir ese fondo político en el que se ancla también su experiencia como mujer, que fue compleja, arriesgada y pionera.
Cuando todo lo que un día fue real se desvanece dejando en el horizonte un futuro estéril, la poesía permanece.
Ese riesgo constante y ese avanzar sin miedo fueron las cualidades que demostró en vida y que encaró contra el poder. En 1961, el FBI la detuvo por la publicación de dos poemas obscenos en The Floating Bear, y sufrió de forma constante el acoso de la policía por una poesía que trataba sin tapujos temas como la menstruación o el aborto. Lo que sí afirman por sí mismas sus memorias de vida y literatura, recogidas sobre todo en Recollections of My Life as a Woman: The New York Years es que su figura se halla a años luz de la mitificación casi absurda de algunos de esos «héroes de la carretera» cuya trascendencia ha sido la de ser meros personajes endiosados por la tendencia que tienen las masas a crear ídolos. Diane se opone, sin necesitar decirlo, a un Neal Cassady que apenas dejó un escrito (El primer tercio, 1971), que maltrató a sus mujeres y que se dedicó a vagar con los Merry Pranksters repartiendo ácido y sexo y dejando atrás el cuidado de sus hijos. Pero di Prima sí contestó a afirmaciones machistas con poemas cargados a alguno de sus contemporáneos, como es el caso del poema «La práctica de la evocación mágica» dirigido a Gary Snyder: «soy una mujer y mis poemas / son los de una mujer:….es fácil decir / esto.….La hembra es dúctil / y / (golpe tras golpe) / construida para una calma / masoquista.»
Sería injusto, falaz y (me atrevería a decir) patriarcal situarla entre «las mujeres olvidadas de la Generación Beat». Di Prima, que ejerció de poeta laureada de la ciudad de San Francisco en 2009, no ha sido jamás olvidada. Es posible que, si hubiera sido un hombre, su nombre sería sin lugar a dudas el primero en mencionarse del panteón beat, pero tampoco sería necesario. Porque di Prima entendía lo beat no solo como una época o una actitud, sino como una opción estética. Como ella misma decía, no podría escribir constantemente en ese registro y su escritura lo trascendía con creces, igual que ha sucedido con otras escritoras y escritores de su generación como Joanne Kyger, Gary Snyder, Philip Whalen o Michael McClure. Mientras que algunos sí se quedaron atascados en la estética de la época, atrapados en un día de la marmota literario, otras se fueron a kilómetros de las etiquetas para convertirse en escritoras de pleno derecho. Los beat se encontraron en un momento y sus caminos convergieron en un punto, pero aquellas que se comprometieron con la poesía fueron más allá de ser simples yogis del bop o personajes sórdidos de los submundos. Porque al final, despojadas de todo y con un cuerpo ya en el límite de la vejez, lo que permanece es la poesía y lo que en ella se hizo, se experimentó y se arriesgó. Para quien escribe, lo que importa es la escritura misma, el acto de imaginación, el acto transformador. El resto es fama y palabras vacuas al contemplar el espejismo. Lo único que puede romper la ilusión es la acción, desde la humildad del oficio y desde la luz del conocimiento, con disciplina y compromiso. Aquel que está comprometido con su megalomanía no lo está con su escritura. Si no, ¿cómo podría alguien dejar unos cincuenta libros escritos? Diane no lo explica con estas palabras, pero lo ilustra un verso de un poema que le oí recitar en 2005: «Un diamante brilla las veinticuatro horas del día sin hacer ningún esfuerzo». Esa aparente falta de esfuerzo es el resultado de haber dominado la maestría y de no atender a mayores necedades. Diane, en su juventud, ya se había aplicado con destreza la frase de Apeles de Colofón, «nulla dies sine linea». Tal vez en este año tan raro en que la poesía parece haber alcanzado un máximo histórico en cifras de frivolidad, su muerte haya llegado para recordarnos qué es la escritura, y por qué no es otra cosa.
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